domingo, 4 de mayo de 2014

La carpeta verde




Jugaremos con el tiempo. Acotaremos recuerdos a los que trataremos de poner rostro dibujando sobre servilletas de papel. Demasiado espacio para saltar sin red. Quizá, tan sólo, la música nos cobije en su tela de araña. Córdoba en mayo. Colores y silencios. Sombras.



Apenas dos o tres años, brincados sobre los diez. La historia estaba escrita, aunque nadie había reparado en ella. Siquiera nosotros, lustros más tarde. Acaso la casualidad, lápiz en mano, enhebrando las primeras fantasías. Palabra a palabras hilvanadas, hasta agradar a quienquiera y recibir como halago una carpeta verde, que ha rodado con nosotros el mismo tiempo. Éramos niños, y buscábamos protegernos del frío, vistiéndonos con palabras que volteábamos, para pintar de colores su envés. Y el hueco, acaso, de los tres meses rondando parques. Un destino. Mientras se forjaba el otro. Tres años, quizá más, rondando noches con poemarios incompletos de vino y cristal. Deshilando el uno. Anudando el otro. Entrambos mirando la luz y la sombra. Y el tiempo, recorriéndonos siempre. En las primeras luces junto a la tierra, siembra de enredaderas por la que trepar los anhelos más tarde. En la penúltima oscuridad, girando el vaso vacío a la espera de la palabra ida. Al cabo, sueños en los que huir de nuestras realidades. O tal vez, el deseo de convertir la realidad en sueños. Inventando universos poliédricos que pidieran permiso a la vida. Para vivir en ella. Para sobrevivir en nuestro derredor. Hermosa cuentista de fábulas que descuenta sus días. Inventando. Y siguieron rodando los años como círculos repletos de equivocadas decisiones. Con la duda siempre en el bolsillo. Y la espalda repleta de emociones, que desgranadas en recuerdos postreros sirve para alimentar el alma y lograr una sonrisa que se aleja más allá de la simple mueca. Ausentándonos. Cambiando geografías, uno más que otro. Nos tragó la tierra, hijos de Saturno, para vomitarnos con los años. Y el tiempo se torna paréntesis con la nada en sus adentros. El recuerdo nos emociona. Nos acerca al niño que alguna vez fuimos, en plena edad media, donde hasta cambios de milenios hemos vivido. Fortuna de la diosa. Y salmoneamos río arriba, buscando nuevas aguas bravas donde remansar el reloj. Vamos apareciendo como minúsculos granos de polvo. Y abrimos la carpeta verde, para airear el pasado dibujando las primeras caras sin rostro de la edad madura. En servilletas de papel.

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