domingo, 8 de junio de 2014

Cinco esquinas



Se aproxima el verano, con sus anochecidas de calor seco y sus enredaderas. Se aproximan las noches que se alargan bajo un cielo donde pueden contarse las estrellas. Incluso bailarlas en el pentagrama de una música recuperada. Presente que se torna futuro. O pasado que se recupera en presente. Se aproxima la necesidad de transitar la oscuridad. Y esperar las primeras luces del mañana. Quisiera que detuvieras tu mirada, los primeros compases de la música, en el entorno que la fotografía te regala. Sólo lo necesario, mientras la letra te espera. 


Amaneció cuando la mañana aún no era amanecida. La oscuridad circundaba sus cinco esquinas de silencios, paredes verticales donde colgar la percha de una noche mal dormida. Y crujían las estrellas en todo lo alto, abrazadas en figuras geométricas que a veces se daban la mano, mientras danzaban alrededor de una luna vestida con tules. En la lejanía próxima, desde los adentros de un álamo denso y enfermo, las cigarras anunciaban el verano, atronando en su ceguera de días, mientras lloraban su desventura cobijadas en los versos de un poema. Madrugada de calor espeso, humedecida en los pliegues de la piel, boqueando su sed en el marco de cielo que los ventanales prestaban a la oscuridad. Afuera, sobre la era iluminada con el resplandor cernido de la noche, podía aventurarse la montonera de paja aventada la tarde anterior. Y el grano, apilado unos metros antes, cubierto con trazos de arpillera. El trillo quieto. La parva, removida. Y un calor seco, fuego negro en la noche, que invitaba a salir de las habitaciones y buscar una brizna de viento inexistente. Todo era silencio para ser paseado con las manos en los bolsillos. Todo era camino circular para recorrerlo, mirada fija en el suelo y hacer almoneda de cuanto se ha ido olvidando en los días perdidos. Y acaso la música de Cohen recorriéndote, como tantas veces lo hiciera hasta donde abarca el recuerdo, madrugadas de radio prohibida donde deteníamos el tiempo, abrazados a una noche que deseábamos eterna. O quedarte absorto, tus ojos anclados en un punto fijo, hasta que la mirada se nuble, los perfiles se confundan y empiecen los duendes a trepar por las enredaderas donde habitan los ensueños diurnos, mientras desmadejas con tus dedos un pelo crecido y la desgana te abandona y te trae palabras recordadas que tuvieron su eco en otro lugar, a la vez que ahuyentas las sombras que la melancolía te aproxima para que bailes con ellas, porque no deseas cerrar los ojos y abrirlos, otra vez, para encontrar tus manos acariciando el cuerpo nacarado de una penumbra. De un eclipse de tu propia vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario